Liderazgo político frente al liderazgo vacío

9/18/20252 min read

En la dinámica política contemporánea, especialmente en la dominicana, resulta crucial distinguir entre el liderazgo real, forjado en el terreno del trabajo político, y el liderazgo vacío, sostenido por designaciones, herencias o popularidad mediática. Esta diferenciación no solo define la calidad de la democracia, sino que también determina la fortaleza de los partidos y la legitimidad de las instituciones.

El liderazgo real surge del contacto directo con las bases, de la experiencia acumulada en la militancia y del compromiso demostrado en la conquista de posiciones electivas. Quien construye su autoridad en este camino se forma en el debate interno, aprende a conciliar intereses y a responder a las demandas de los colectivos sociales. Su capital político se nutre de la confianza que otorgan los votos y de una trayectoria que prueba capacidad de gestión y visión de Estado. La formación política y el trabajo organizativo no solo le proporcionan conocimiento técnico, sino también sentido de responsabilidad histórica.

En contraste, el liderazgo vacío se alimenta de atajos. Se sustenta en cargos obtenidos por designación, en herencias familiares o en la mera popularidad que proveen los medios de comunicación y las redes sociales. Este tipo de figura política puede gozar de visibilidad, pero carece de arraigo en las estructuras partidarias y en la sociedad organizada. Su influencia depende de la coyuntura y de la fuerza de quienes lo respaldan temporalmente. Sin formación política sólida ni experiencia en la conquista de voluntades, su discurso tiende a ser superficial y su autoridad, frágil.

La consecuencia de privilegiar este liderazgo aparente es una política cada vez más mediática y menos sustantiva: partidos debilitados, bases desmovilizadas y una ciudadanía que confunde notoriedad con capacidad de gobernar. Mientras el liderazgo real aporta estabilidad, visión estratégica y continuidad institucional, el liderazgo vacío produce gobiernos efímeros, personalismos sin programa y crisis de representación.

Por ello, fortalecer la formación política, exigir la legitimidad del voto y promover la participación activa de las bases son tareas imprescindibles para rescatar la esencia de la política como instrumento de transformación social. Solo cuando el mérito, el trabajo territorial y la construcción colectiva sean la fuente del liderazgo, la democracia podrá sostener liderazgos que trasciendan el espectáculo y dejen una huella duradera en la historia.